viernes, 12 de junio de 2020

Niñas y niños que fuimos, a reinventarnos ya como adultas y adultos

LA ELECCIÓN

Había una vez una persona, en el esplendor de su cuarentena, que vivió en un gran momento de la historia de la humanidad. Una era rebosante de oportunidades, regalo de infinitas posibilidades para explorar y hacer. Un ciclo disponible para crear sin muros limitantes ni prejuicios oscuros. Era la edad propicia para soltar lo viejo e inservible, excavar y limpiar la podredumbre de las entrañas y transformarse expandiéndose desde la colaboración en solidario equilibrio.
Una mano mágica apoyaba, una mirada atenta guiaba, un corazón amoroso alentaba.

Sin embargo, ella lo vivía como un aterrador caos de gran incertidumbre. No podía controlar nada, no se fiaba de sí misma, no conocía sus talentos y recursos, no podía dirigir sus pensamientos ni gestionar sus emociones, no tenía autonomía de criterios, no poseía ninguna verdad propia en la que anclarse, no la guiaba ningún propósito de vida ni sentido de trascendencia para sostenerla . La situación desconocida se prolongaba y no se daba cuenta de hasta que punto le estaba afectando pues nunca se había dedicado tiempo a sí misma para conocerse, ni valorarse, ni afirmarse, ni revisar sus ideas, ni reparar sus heridas, ni construir sus límites, ni nutrirse, ni nada de nada que la hiciera tomar conciencia de su individualidad.

También desconocía que dentro de ella habitaba otra ella, representado a esa niña que fue.

Esa niña había sentido frío en el regazo de su madre asustadiza, miedo en la mirada de su padre perfeccionista, imposición en las palabras de su abuela crítica, desaprobación en los gestos de su abuelo avergonzado, envidia en los juegos con su hermano acomplejado, rivalidad en las visitas de su tía insegura, desvalorización en las risas de sus amigas soberbias, ...lejanía, gula, juicio, exigencia, soledad, amargura, desprecio, ira, avaricia. La lista era extensa y dolorosa.

Así que se sintió más agobiada aún cuando, en medio de semejante situación, esa cría se le presentó un amanecer arrastrándola fuera de su sueño inestable.

La figura pequeña le resonó al instante. La conmovió tajante, pero dulcemente. La hizo ver, entender y comprender sin mirar, ni expresar ni explicar. Capto claramente el mensaje: podía optar por volverse a ella y reconocerla, darle su espacio, acogerla, amarla y respetarla tal cual era y cómo ella necesitaba para permitirle crecer o esconderla bajo más capas de personalidad y autoengaño.

Se decidió por ...

Y colorín colorado, este cuento ha comenzado.

¿Qué más de lo que decidió? Lo que importa es lo que tú, yo, cada una de nosotras y nosotros aprehendamos el mensaje y elijamos.
Un abrazo. Ana



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