10 de agosto, 23.33 horas
pero
es cuanto menos entretenido
considerar
que un simple dolor de oído
te puede regalar
una noche desvelada
en la que puedes dejarte embelesar
por la casi luna llena
que se mantiene imperturbable mientras es enfocada por fogonazos azulados relampagueantes,
que se sonríe sorda tanto a los gritos que recorren la bóveda celeste, como al repiqueteo salvaje de las gotas escupidas contra el asfalto ardiente,
que obvia el penetrante perfume que a ti inevitablemente te traspasa memorias haciéndote viajar a inicios ancestrales,
que desnuda, más sin temblar de frío ni angostarse de calor, luce bellamente engalanada.
Todo se olvida y te recuerda quién manda.
Te alcanza la certeza de que es tu opción elegir renegar o aceptar cuanto en tu existencia te acompaña.