“El miedo es la emoción más difícil de manejar. El dolor lo lloras, la rabia la gritas, pero el miedo se atraca silenciosamente en tu corazón” David Fischman
Cuando oigas esa voz dentro de tí, cuando sientas esa corazonada, escúchala. Y, si no daña a tu ser ni al de tus semejantes, si te permite respirar con paz, hazle caso.
Si conectas con el miedo, vale, está bien, es parte nuestra. Pero no te dejes arrastrar por él. Un instante de conciencia, unas respiraciones profundas, bastan para traerte al presente y darte cuenta de cómo lo estabas alimentando y engordando con tus pensamientos que ni siquiera tenían base real. No luches contra él. Acéptalo, míralo de frente, dale un nombre. Recoge su mensaje y déjalo ir. Invoca a la fuente de amor que te trajo al mundo y sigue viviendo.
¿Qué mensaje trae tu miedo? ¿Para qué te sirve?
¿Qué no estás haciendo debido a ese miedo? ¿Qué coste físico, mental, emocional, económico, relacional, etc, te está suponiendo mantener ese miedo?
¿Qué harías si te valorases tanto que no tuvieras miedo de no ser aceptada, reconocida, rechazada?
¿Cómo sería tu día si te elogiases y premiases cada vez que haces algo bien?
¿Cómo te comportarías si creyeses en tí?
Si contases con el arraigo de la confianza en algo trascendente que nos sostiene y guía hacia lo mejor para nuestra evolución, ¿qué cambiaría?
Pongamos atención para no caer, ahora menos que nunca, en filofobias, en miedo a amar, a conectarnos emocionalmente. Porque entonces nos perderemos los regalos más humanos que poseeemos: el contacto, el agradecimiento, la alegría, la creatividad, el poder de direccionar nuestra vida, la consciencia.
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