Salí a pasear con mi rebaño de unicornios. La gente seguía mirándome con gesto heteróclito en su rostro. Advertía un disimulado globito vaporoso sobre sus cabezas en el que se leía un mensaje descaradamente luminoso que decía "Esta no está bien". Mal enmascarado su pensamiento inicial en la pose postiza de sus rostros, quedaban retratadas esas expresiones caricaturescas dentro de mí. Ya no volvía al hogar preocupada, triste o enfadada. Ni cuestionándome si era anormal o tenía algún serio problema y era incapaz de detectarlo o me había transportado a otro plano de existencia sin percatarme. Pero aún me afligía que mis unicornios se sintiesen tan observados y juzgados. No perjudicábamos a nadie. Al contrario, diría que arrancábamos colores al día, sonrisas e ilusiones a las criaturas, conexiones neuronales diferentes y nuevas reflexiones y hasta, ¿quizás?, deseos de innovación y osadía en algunos adultos. No lo sé. Lo único evidente es que nadie parecía quedarse indiferente.
Sinceramente, ¿no te gustaría contactar con esa época en la que no nos tratábamos con los imposibles y eramos héroes voladores sin límites, abiertos a todas las posibilidades del juego en la vida...?
¡Siempre estamos a tiempo de poner un unicornio en nuestra vida !
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