EL MAS PEQUEÑO DE LOS DIOSES
Al poco de haber creado a la humanidad, los dioses
comenzaron a darse cuenta de su error. Las criaturas a las que habían dado vida
eran tan expertas, tan hábiles, tan llenas de curiosidad y de espíritu de
investigación que en cuestión de tiempo empezarían a desafiar la supremacía de
los propios dioses. Para asegurarse su posición de preeminencia, los dioses
convocaron una asamblea general a fin de discutir la cuestión. Vinieron dioses
de todos los mundos conocidos y desconocidos. Los debates fueron largos, detallados y muy
reflexivos. Todos los dioses estaban totalmente de acuerdo en una cosa. La
diferencia entre ellos y los mortales residía en la calidad de los recursos de
que disponían. Mientras que los humanos tenían sus egos y estaban preocupados por los
aspectos externos y materiales del mundo, los dioses tenían espíritu, alma y
una comprensión del funcionamiento interno de su ser. El peligro consistía en
que más tarde o más temprano los humanos querrían tener algo de eso también.
Los
dioses decidieron ocultar sus preciosos recursos. La cuestión era: ¿dónde? Esta
era la razón de la longitud y la pasión de los debates en la Asamblea General
de los Dioses.
Algunos sugirieron ocultar estos recursos en la cima de la
montaña más alta. Pero se advirtió que más tarde o más temprano los humanos
escalarán esta montaña. Y descubrirán los cráteres y los océanos más profundos.
Y excavarán minas en la tierra. Y las junglas más impenetrables revelarán sus
secretos. Y pájaros mecánicos explorarán el cielo y el espacio. Y la luna y los
planetas terminarán siendo destinos turísticos. Y hasta los más sabios y más
creativos de los dioses cayeron en un profundo silencio, como si todas las vías
hubiesen sido exploradas y juzgadas defectuosas.
Hasta que el más pequeño de los dioses, que había
permanecido en silencio hasta ese momento, se atrevió a hablar.
"¿Por qué no escondemos estos recursos dentro de cada
ser humano? Jamás se les ocurrirá buscar allí".
Peter
McNab.
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